jueves, 30 de mayo de 2013

Dentro del negocio de Shutterstock

Dentro del negocio de Shutterstock
Junto con el creciente consumo de contenido en internet -producido tanto por gigantes mediáticos como por individuos- viene un mayor apetito por imágenes. En tan sólo una década, una industria multimillonaria ha surgido para alimentar a esta bestia. 

La fotografía de stock (o de inventario), es decir, imágenes creadas específicamente para su compra por editores y otros clientes, ha estado presente en el mundo desde la década de 1920. Pero la era digital ha traído consigo un nuevo término: microstock, que hace referencia a las imágenes online, comúnmente creadas por fotógrafos amateur y artistas, y que pueden ser compradas a bajo precio y usadas por cualquiera, sin pagar regalías. 

La primera empresa de microstock, iStockphoto inició en 2000 y fue vendida seis años después a Getty Images por USD$50 millones. Pero el mercado realmente tomó prominencia en 2003, cuando el emprendedor serial de 29 años, Jon Oringer, pensó en combinar la idea de un mercado de imágenes obtenido por crowdsourcing con un modelo de negocio basado en las suscripciones. Su empresa, Shutterstock, ofreció a los bloggers, agencias de medios y negocios acceso de bajo costo a cualquier tamaño de imagen. Y esa demanda impulsó mayor oferta, conforme los contribuyentes fueron apostando por proveer su trabajo a una plataforma con alto poder adquisitivo.

A la fecha, Shutterstock, donde Origer se mantiene como CEO y presidente directivo, alberga más de 24 millones de imágenes, ilustraciones, vectores y clips de video sin regalías. El sitio web está disponible en 14 idiomas y presenta el trabajo de 35,000 colaboradores de 100 países. La empresa fue la primera en una industria -ahora saturada- en alcanzar las 250 millones de descargas. En el último conteo, dos imágenes de Shutterstock se vendían cada segundo. En términos de volumen, Shutterstock es el proveedor número uno de imágenes digitales comerciales, por encima de Getty Images y iStockphoto combinadas, de acuerdo a Oringer. Los clientes rondan el medio millón y van desde Google y CBS hasta diseñadores independientes. 

En 2003, Oringer no tenía idea que este negocio sería rentable; como muchos innovadores que lo antecedieron y sucedieron, él sólo quería resolver un problema. Después de iniciar 10 pequeñas empresas de software (ningún hit ni tampoco ningún fracaso), el emprendedor había notado que añadir imágenes a sus e-mails y newsletters resultaba en mayores conversiones. Pero las opciones para conseguir imágenes de calidad eran sólo los CDs de clip-art o trabajos costosos (y con derechos) de agencias como Getty y Corbis.

Oringer percibía un agujero en el mercado, y el momento de hacerlo era perfecto. El costo de una cámara profesional había caído por debajo de los mil dólares, por lo que decidió comprar una e intentó los siguientes nueve meses convertirse en un fotógrafo profesional. “No tenía dirección, por lo que traté de todo”, dice; sus fotografías incluían a un perro sosteniendo un periódico (su bestseller personal) y escenas de un café-internet en el que trabajaba. En total, tomó cerca de 100,000 fotos, subió las mejores 30,000 a un sitio web y vendía por USD$49 la suscripción para tener acceso ilimitado a ellas. 

Resultó que no era el único que necesitaba imágenes. Al ser incapaz de cubrir la demanda por sí solo, Oringer decidió escalar creando una plataforma en la que cualquier persona pudiera contribuir. Para 2007, Shutterstock ofrecía dos millones de imágenes; en 2008, Insight Venture Partners invirtió una cantidad confidencial para expandir la empresa; en 2009, Shutterstock adquirió la compañía de presupuestos de microstock Bigstock por USD$3.3 millones. 

Fue en ese entonces cuando Oringer contempló hacer pública su oferta. “Mientras nos veía crecer, pensaba sobre la dirección que maximizaría la oportunidad”, recuerda. La oferta pública lanzada en octubre pasado (la primera de una empresa de tecnología en Nueva York en dos años) levantó USD$76.5 millones. “Nos hicimos públicos para levantar el perfil de la empresa y obtener los recursos financieros para convertirnos en un líder en contenido emergente de stock, pero sí me pregunté si podría conservar el mismo producto”, afirma. “Pero nos atrevimos a sonar la campana, y seguimos siendo la misma compañía”. 

Es una mañana fría y desde el piso 24 de la oficina de Oringer ubicada en el Distrito Financiero de Manhattan, hay una vista clara de la Estatua de la Libertad. Sentado frente dos grandes monitores, Oringer se ve casual, usando tenis y una camisa algo arrugada. “Cuando inicié la empresa, había mucha fricción en el mercado”, dice. “Lo que nos hizo únicos fue la simplicidad de nuestro modelo de negocio y el hecho de que siempre pensamos en nosotros como en una compañía de tecnología”.

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