miércoles, 24 de octubre de 2012

Emprendedor y negociante animado, Walt Disney

Tanto su nacimiento recién comenzado el siglo XX, como su muerte, están rodeados de un halo de misterio. Algunos de sus historiadores afirman que su llegada al mundo se produjo en alguna ciudad andaluza, aunque más tarde haya mudado sus aires a una mejor supervivencia en Chicago, algo que investigó en vida para conocer a ciencia cierta sus orígenes, y que al estar desahuciado optó por la criónica como la práctica que lo preservaría hasta que los avances científicos derrotaran el mal que lo llevaría a la muerte para devolverlo a la vida.
Lo cierto es que ninguna de estas especulaciones alteraría la línea trazada por su pluma de genio absoluto y supremo hacedor de películas animadas, con la que supo marcar infancias generacionales a partir de creaciones totalmente alejadas de quienes lo sindicaban con más vinculaciones de poder que aspiraciones artísticas.
Combatido como pocos en su época, se lo señaló no sólo como un gran manipulador de la pantalla grande, sino también como un ejemplo de lo que no se debe hacer bajo el dedo acusador de fumador desquiciado.
El comienzo de la aventura
Alguien dijo que al ser hijo menor poco podía ayudar a su padre granjero, por lo que se recluía en juegos que hacían volar su imaginación de niño con papeles, pinceles y colores que, poco a poco, dieron paso a personajes que ganaron su imaginario hasta que maduraron y vieron la luz.
Quizás esto haya ocurrido en Francia durante la Primera Guerra, cuando alistado como chofer de ambulancias de la Cruz Roja tuvo la osadía entre traslados, de empapelar el interior del vehículo con sus caricaturas.
La manifestación del talento estaba en marcha, pero su arbitraria exigencia, hizo que reconociera que aún debía perfeccionarse si en verdad quería vivir de su vocación.
Con más sueños que matices, merodeó las Bellas Artes de Chicago, al tiempo que se establecía en Kansas para ganarse la vida como publicista en la Gray Advertising Company y luego en el Pesmen-Rubin Commercial Art Studio, diseñando para ambos afiches y logotipos.
Pero es despedido y, sin más, se lanza por cuenta propia. Este fracaso fue más que inmediato y tras su vuelta a la relación de dependencia encuentra en la bolsa de trabajo un espacio en el Kansas City Film Ad Service, una cinematográfica que lo introduce al mundo del dibujo animado.
Allí conoce la técnica que lo sacaría de pobre empleado con dificultades financieras para convertirse en el sagaz creador de “Alicia en el País de las Maravillas”, en donde combinó imágenes reales con dibujos animados, hallazgo que la empresaria Margaret J. Winkler valoró proponiéndole costear el emprendimiento condicionándolo a la realización de una serie con el mismo formato.
La magia productiva de la antropomorfia
Trabajó duro, y con dinero fresco fondeó en Hollywood para fundar sencillamente los Estudios Disney. Tras un tiempo prudencial de lucro, Alicia ya no fue lo que era, y el esposo de la empresaria, el distribuidor Charles Mintz, le propuso la creación de un personaje entre animal y humano.
Es entonces cuando surge Oswald, el conejito feliz, para convertirse en el primo hermano mayor de Mickey Mouse, quien en noviembre de 2008 cumplirá ochenta años desde que asomara por primera vez con voz desde el celuloide, y aunque también se ponga en dudas la paternidad del dibujante sobre este efectivo personaje, es irrefutable que a partir de allí comenzó un recorrido por demás rentable de Mickey y las demás figuras animadas para Walt, y todos los que, aún hoy, conforman el imperio Disney que en la actualidad genera ingresos anuales por más de 30.000 millones de dólares.

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