viernes, 1 de agosto de 2014

Reporte especial: Vino en México






El incremento del consumo interno y el reconocimiento de marcas mexicanas a nivel internacional, anticipan el éxito para bodegas nacionales.


La crisis económica de 2008 en Estados Unidos tuvo como efecto colateral la desaparición de visitantes estadounidenses en Baja California, lo que significó una caída en los ingresos de las productoras locales de vino. Era el mundo al revés. Antes, las crisis económicas en México provocaban una oleada de turistas extranjeros atraídos por los precios bajos, consecuencia de los apuros financieros.
Los turistas que antes constituyeron una tabla de salvación para la economía local dejaron de gastar sus dólares en la región, recuerda Jaime Palafox, vitivinicultor y vicepresidente de Sistema de Producto Vid de Baja California, agrupación conformada por 180 productores de uva y 93 vinícolas del estado, donde se fabrican nueve de cada 10 litros de vino mexicano. A partir de entonces la industria descubrió que su futuro estaba en el turismo local. “Hoy nos visita gente de todo el país”, dice Palafox.
El descubrimiento de los viñedos plantados desde hace décadas en los valles que rodean Ensenada por parte del turismo mexicano es pieza de un fenómeno más amplio: la popularidad que ha adquirido el vino nacional. El consumo de la bebida se duplicó en alrededor de cinco años, pasando de 250 mililitros a poco más de medio litro anual por habitante en 2012. Hoy se acerca a 750 mililitros, de acuerdo con el Consejo Mexicano Vitivinícola (CMV).
Entre 2000 y 2010, la venta de la bebida se duplicó en términos de volumen y casi se triplicó en términos de valor. En 2013 el consumo nacional de vino ascendió a 70 millones de litros anuales y se espera que dentro de una década crezca 180%, para llegar a 200 millones de litros. De hecho, México es de los pocos mercados mundiales que presenta alto crecimiento.

La popularidad del vino fue impulsada por distintos factores. Por ejemplo, se lanzaron etiquetas a precios más accesibles, lo que ha acercado a los jóvenes. Además, un público más amplio y con mayor frecuencia de consumo favorece las ventas. “El cambio en los últimos 15 o 20 años consiste en una cierta democratización del consumo del vino en el país”, opina Richard Clair, director de Ferrer & Asociados, una comercializadora y distribuidora mayorista de marcas nacionales e importadas.

¡Vino México!

Un factor esencial fue el cambio que sufrió el sector productor. Desde mediados de la década de 1990 la industria vitivinícola del país se enfocó en mejorar la calidad de su producto. Por otro lado, nacieron marcas nuevas de pequeños y medianos productores –que hacen entre 200 y menos de 10,000 cajas al año–, lo que a nivel mundial los pone en la categoría de micro y pequeños fabricantes.
Esos vinicultores, casi inexistentes hace 25 años en México, “han puesto dinamismo al mercado”, explica Clair. La consecuencia es que “ha despertado la exaltación por lo mexicano”, dice Salomón Cohen, socio de Vinícola Fraternidad, bodega que desde que salió al mercado en 2010 ha logrado posicionarse en las cartas de los mejores restaurantes del país y cuyo tinto Trazo fue premiado en el Decanter World Wine Awards 2013.
En el mismo tenor, Ramón Vélez, director general del CMV, asegura que hoy los amantes del vino en la República “no solamente lo prefieren, sino que hasta sienten orgullo por el vino que se hace en México”. Esta euforia también se da en la producción. Y es que si se cuenta con tierra y agua, sembrar una hectárea de viñedo cuesta alrededor de $300,000. Aunque para desarrollar una marca vinícola se requieren mínimo 10 hectáreas, así como de equipo para vinificar.
Lo cierto es que la vitivinicultura ha resultado un negocio muy rentable porque las marcas de vino suelen perdurar en el tiempo y la producción de un viñedo puede durar hasta un siglo. Sin embargo, “entrar chiquito a esta industria puede parecer atractivo, pero a la larga cuesta mucho”, advierte Juan Pablo Núñez, director general de Bodegas Santo Tomás, una de las vinícolas más grandes del país.
Y una fuente autorizada –que pidió no ser identificada– comenta que las bodegas familiares en pequeña escala son altamente vulnerables a los vaivenes climáticos, la escasez de agua y problemas de cobranza con distribuidores. La fabricación de vino “es un negocio arduo: si ya estamos en el barco, a remar; aunque yo no atraería más barcos”, dice.

Un emprendedor debe considerar que no se trata de una inversión con rendimientos rápidos. Tal es el caso de Vinícola Fraternidad, que pese a su atractiva propuesta enológica y de haberse convertido en una de las bodegas preferidas entre chefs connotados, aún no es rentable luego de tres años en el mercado. El proyecto “es un sueño y pensamos que tal vez, en unos años más, sea negocio”, señala Cohen, convencido de su apuesta por vinos de alta calidad.

Demanda prometida

Palafox considera que también hay oportunidades en distribución (la mayoría de las marcas sólo tienen presencia en la mitad del país), centros de consumo (al incluir más vinos nacionales en las cartas de los restaurantes), así como en catas y enoturismo. Pero el potencial para los productores es todavía más jugoso.
Del vino consumido actualmente, sólo 30% es de origen mexicano y los protagonistas de la industria vinícola nacional se plantean alcanzar la mitad de la participación de mercado en 10 años, equivalente a 100 millones de litros.
Según el director general del CMV, ya se están dando inversiones que tienen esa oportunidad en la mira. Hoy, existen al menos una treintena de proyectos vinícolas en gestación en Coahuila, Guanajuato, Querétaro, San Luis Potosí, Puebla y Jalisco.
¿Dónde está el límite para la producción nacional? En las hectáreas cultivadas. México tiene 4,000 hectáreas de vid para la elaboración de vino, superficie que bien podría poseer una sola vinícola en Argentina o Chile. La buena noticia es que hay potencial para sembrar más. Aunque las mejores condiciones para el cultivo de la vid de alta calidad están en Baja California,
Un estudio realizado por la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) descubrió que hay 160,000 hectáreas en el país donde, dadas sus condiciones agroclimáticas y de altitud, se podría plantar uva de primera calidad.
Estas regiones se hallan entre 1,600 y 2,000 metros sobre el nivel del mar en Chihuahua, Aguascalientes, San Luis Potosí, Durango, Zacatecas, Guanajuato, Querétaro y Puebla. En teoría, son hectáreas potenciales para satisfacer la demanda. No obstante, “si nosotros no nos ponemos las pilas, la industria internacional ocupará ese crecimiento”, advierte Vélez.


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